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viernes, 25 de marzo de 2011

Amor eterno

¡Hola queridos lectores! Perdonad por la espera. No he tenido mucho tiempo para escribir, pero al final aquí tenéis el deducible final de esta historia. A estas alturas, si habéis prestado atención a todos los capítulos anteriores ya podéis deducir el final.
Este último capítulo es más bien un capítulo muy sencillo y explicativo, no gran cosa. Más que nada espero que os hayas quedado con la idea que os quiero transimitir, la idea de amor eterno, precisamente el título de este microrelato. Sólo espero que hayáis disfrutado con la lectura de este bonito microrelato y que Adam y Alice os hayan hecho esbozar alguna que otra sonrisita. ¡Pero no os pongáis trsites! No despedimos de amor eterno, de Adam, de Alice. Sí. Pero conoceréis a nuevos personajes de otros microrelatos. Dentro de poco comenzará otra nueva historia. Aunque eso si, ahora mismo estoy un pelín ocupada con un nuevo proyecto...
¡Un blog creado por Laura y Gemma (yo) XD!
Aquí tenéis el link. La historia que hemos pensado está en proceso, y no tardaremos en publicar el primer capitulo. Esperamos que entréis ^^
http://paranoiasliterariasmushru.blogspot.com/

Pues nada más. Aquí os dejo con el final de Amor eterno.
Espero que lo deisfrutéis y que comentéis vuestra opinión sobre este microrelato en general.
Muchiiiiiiiiiiiisimas gracias por haber seguido esta historia hasta el final. ^^
Eternos besos =P
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Capítulo 5 – Por siempre juntos.
Al ver el rostro de su amado reflejado en la superficie del lago, Alice logró escapar de aquellas aguas malditas que habían intentado hipnotizarla y ahogarla. Tenía que salir ya de allí. Aquel lugar, la Nada, era un sitio insufrible. La joven deseaba encontrar un precipicio por dónde tirarse para poder viajar a otro lugar antes de caer en un estado de locura irreparable.
                 *                      *                         *
Después de despedir-se de los críos, Adam salió de la heladería. Le alegraba recordar que desde tan pequeño ya quería tantísimo a Alice. Era extraño. Había vuelto a hacer los mismo que cuándo tenía ocho años; le había tirado el helado de frambuesa a Alice al suelo. El joven se alegró al darse de cuenta de que el pequeño Adam y la pequeña Alice ya se conocían. Quizás, si aún no se hubiesen visto jamás, el pequeño Adam nunca le hubiera tirado el helado de frambuesa a la pequeña Alice al suelo y jamás se hubieran conocido. Cosas del destino…
Pero ahora Adam tan solo tenía una preocupación: ¿Cómo volver a su tiempo si él tan solo disponía del poder de viajar a través de las dimensiones?
*                     *                         *
De repente, aunque caminaba sin rumbo fijo, aunque aquel lugar le era totalmente desconocido, casualmente Alice visualizó un precipicio. Pero… ¿realmente fue una cosa casual?
                         *                       *                             *
De repente, una extraña fuerza de origen desconocido para el chico, lo impulsó velozmente hacia delante sin que pudiese evitarlo. En un abrir y cerrar de ojos Adam se encontraba volando por los aires en contra de su voluntad y sin saber por qué. En cuestión de segundos tenía el vacío en sus pies. La extraña fuerza lo había llevado hasta un precipicio. De la misma manera que empezó, la fuerza dejó de actuar sobre Adam, y éste cayó al vacío, soltando un grito y desapareciendo de aquel lugar sin dejar rastro. ¿Realmente había sido obra de la casualidad que esa extraña fuerza actuase por tal de que Adam pudiese volver a su tiempo?
                             *                    *                       *
No. Que te encuentres una moneda en el suelo es una casualidad. Muchas otras cosas son casualidad. Pero que Alice y Adam experimentasen ese conjunto de acciones que les permitiesen volver a su tiempo, definitivamente no era una casualidad.
Como si de dos imanes de polos opuestos se tratasen, se buscaban el uno al otro, debían permanecer juntos por siempre. Siempre.
                                  *                    *                          *
Los dos jóvenes, cogidos de la mano, se aproximaron al borde del acantilado. Antes de saltar, se dieron un dulce beso y se miraron con una sonrisa de oreja a oreja. Cada uno concentró su respectivo poder por tal de usarlo a la vez y saltaron.
Antes de que tocasen el agua, la pareja de enamorados ya había desaparecido de aquel lugar.
Otra vez.
Así debía ser. Esa era la consecuencia de usar el poder de viajar a través de las dimensiones y a través de los tiempos. Adam lo sabía, y jamás se lo dijo a Alice, pues no quería que ella fuese consciente de ello y de que él era esclavo de una enfermedad que acabaría por matarle algún día cercano. Algún día… Un día que jamás, por mucho tiempo que pase, jamás llegaría. Porque el tiempo ya había dejado de correr para ellos. Y solo les quedaba volver a revivir los mismos momentos de ese día una y otra vez, una y otra vez.
Les quedaba eso y el amor. Un amor que no entendía de tiempo ni de dimensiones. Un amor que mantendría a Adam y Alice juntos. Un amor que duraría por siempre.
Un amor eterno.
“The end? No. Because it will last forever”
(“¿El final? No. Porque esto durará para siempre”.)
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¿Que os ha parecido? ¿Os ha gustado? ¿Os ha decepcionado? Podéis expresar vuestra opinión en los comentarios. Muchisimas gracias de nuevo. Un besazooo ^^
La autora,
Gemma

martes, 15 de marzo de 2011

Amor eterno

¡Hola! Aquí téneis la segunda y última parte del capítulo 4. Aviso que es posible que hasta el viernes por la tarde no publique nada más, ya que por culpa de unas cositas llamadas ejercicios de genetica, fisica, castellano y prácticas de química, no voy a disponer de mucho tiempo libre.
Al menos espero que el capítulo sea de vuestro agrado y no os decepcione. Os pido que penséis y que averigueis por vosotros mismos en que momento se encuentran viviendo Adam y Alice... Seguro que lo descubrireis al final de capitulo, y empezareis a entender por dónde va la cosa.
Puede que hacia el final leais cosas que ya os sean muy familiares, pero es necesario hacerlo creedme...
Nada más, que comentéis por favor vuestra opinion =)
Un beso enooorme y gracias ^^

Capítulo 4: Nuevamente a tu lado.
Sus pensamientos fueron interrumpidos por su chica y la madre de ella, quién ya llevaba en mano un remedio casero para el chico.
-          No, de verdad, te lo agradezco mucho, pero ya me encuentro bien, en serio – dijo Adam.
-          Adam, tómatelo. No está de más tomarte un remedio casero. No puede hacerte ningún mal. Anda, toma – dijo la madre poniéndole al vaso en los labios a Adam obligándole a beberse el remedio.
Después de ese momento de espanto, los tres bajaron a comer. Unos ricos lenguados, pescados por el padre de Alice, estaban esperándoles en la mesa.
Al terminar la deliciosa comida, la pareja subió a la habitación de ella mientras hacían la digestión.
-          Oye… ¿No te apetece una sesión de saltitos encima de la cama para bajar la comida? – propuso Alice.
Los dos subieron en la cama y empezaron a saltar, lo más alto que podían, cantando canciones, aplastando la almohada, los cojines y algunos peluches que habían encima. Alice cogió unos de sus peluches, el que representaba un pingüino.
-          ¿No te da pena aplastar a esta monada? Ya te vale… Debes pedirle perdón – inquirió Alice haciéndose la enfadada.
-          Está bien, lo siento… - se disculpó Adam.
-          ¡Tontorrón! – gritó Alice riendo y lanzándole el peluche fuertemente y con mala leche a la cara a Adam.
-          ¡Eeehh! Mi nariz… Me has dado con el ojo duro del peluche en toda la nariz… - se quejó el chico.
Adam cogió la rana de peluche y se la lanzó a Alice en toda la cara.
-          ¡Aaah! ¡Mi ojo! – se quejó la joven. - ¡Ahora verás!
Alice cogió la larga almohada y atizó en la cabeza a Adam con ella.
-          ¡No se vale! ¡Mira que llegas a ser bruta! Así que te gusta jugar sucio… Pues ahora verás… - dijo Adam con voz vengativa.
El chico cogió todos los peluches y cojines que le permitían sus manos y brazos y lanzó el gran ejército contra su chica. Alice rió y placó a Adam, quedando los dos estirados encima de la cama. Varios segundos después, la chica habló.
-          Venga, va. ¿Otra guerra? – preguntó Alice muy animada.
-          No otra no… No hay ganas, estoy algo cansado… - dijo Adam.
-          Jo… Que aburrido… Si te cansas pronto chico… - se quejó Alice.
-          Pero hay algo que sí que me apetece. ¡Una siesta! – propuso el joven.
Adam cerró sus ojos, dispuesto a dormir un ratito, ignorando las quejas de Alice, quién tras asumir su derrota, imitó a su chico y cerró también sus ojos.
Pasado un buen rato Alice abrió lentamente sus ojos, y lo primero que visualizó fue a Adam observándola. La joven dio un sonoro bostezo y habló.
-          ¿Llevas despierto mucho rato? – preguntó.
-          No, solo un ratito. Pero ahora que lo dices no tengo ni idea. Puedo llevar horas observándote dormir. No me habré dado cuenta. He perdido la noción del tiempo observando un cara tan dulce descansar – dijo Adam acariciándole la mejilla a Alice.
La joven sonrió tiernamente y besó con mucho cariño y amor los carnosos labios de su chico. Después, observó su reloj de mesita. Se giró unos pocos grados y volvió a girarse para observar de nuevo el reloj. Inmediatamente puso unos ojos como naranjas.
-          ¿Las siete? ¡¿Las siete?! ¡Hemos dormido cuatro horas! – gritó Alice sorprendida.
-          Sí, tranquila, ¿Qué pasa? – preguntó Adam sin entenderla.
-          ¡Pues que hemos dormido cuatro horas! Hemos perdido mucho tiempo… Mi intención era dormir una hora como máximo. ¡Con este tiempo ya habremos hecho nueve digestiones! – dijo Alice decepcionada.
-          Tranquila… Así estarás descansada para esta noche – dijo Adam.
-          ¿Está noche? – preguntó la chica sin entender.
-          Esta noche nos vamos a cenar a nuestra cueva secreta – informó el joven.
-          ¿A nuestra cueva? – preguntó Alice muy alegremente - ¡Hace siglos que no vamos allí…! ¡Qué bien! ¡Me encanta este plan! – dijo la chica felizmente.
Los dos jóvenes decidieron irse a dar una vuelta en bicicleta por el pueblo. De paso, pararon algunos momentos en las paraditas que habían montadas en mitad de la calle, dónde Alice se quedaba embobada observando las bonitas pulseras y los bonitos collares que vendían. Y una vez más, no pudo resistir la tentación y se compró un bonito collar en forma de media luna.
De esta manera, acabaron de pasar la tarde, y volvieron a casa de ella para preparar una cesta con toda la comida necesaria para la cena de esa noche en su cueva secreta.
Una vez refugiados en su rincón oculto, se zamparon la cena como si de lobos se tratasen. Y llegó la hora del postre.
-          Bueno, ya es hora de que me digas que hay de postre. Me tienes intrigado. – dijo Adam con una dulce sonrisa.
-          Está bien.  – Alice sacó de su grande bolso una pequeña neverita. De ella sacó el postre. – ¡Tachán! – dijo la chica mostrándole el delicioso postre a su chico.
-          ¡Mmm! ¡Helados! ¡Qué ricos! – exclamó Adam contento.
-          Sabía que te gustaría. Los he comprado esta mañana en la heladería artesanal. Son helados buenos de verdad, y los hacen auténticos italianos. El tuyo es stracciatella, tu favorito – explicó Alice entregándole el postre a Adam.
-          Muchas gracias amor – le agradeció Adam dándole un beso en la frente - ¿El tuyo de que es? Bueno, no sé para qué pregunto…
-          Frambuesa, ¡obviamente! – rió Alice.
Los dos jóvenes disfrutaban de su helado en medio de un silencio que parecía imposible de romper. Pero la joven habló y lo rompió.
-          Tengo la sensación de que esto ya lo hemos vivido antes… - dijo Alice inquieta.
-          Ahora que lo mencionas, yo me siento igual… Es decir, que no llego a saber qué es lo que ocurrirá a continuación pero una vez que ya lo hayamos vivido me daré cuenta de que me suena mucho… Es lo que me está ocurriendo ahora mismo – confesó Adam.
-          ¿Tú también? Vaya… Pensé que era la única que me sentía así… - dijo la chica.
Se hizo de nuevo el silencio. Y los dos terminaros sus respectivos helados.
-          Si… Si me besas ahora, el beso tendrá sabor a frambuesa – dijo Alice con una voz y una mirada irresistiblemente tierna y seductora.
Adam, quién no se esperaba aquello, tardó varios segundos en reaccionar.
-          Tus besos siempre saben a frambuesa – contestó al fin.
El joven se acercó muy lenta y delicadamente hacia la joven, y juntó sus labios con los de ella. Con los tiernos labios de Alice.
Cuándo finalmente sus labios se separaron, se quedaron acurrucados observando el estrellado cielo, en silencio.
-          ¿Sabes? Yo… yo no necesito nada más en esta vida. Con solo tenerte a ti me basta. Sé que con nada ni nadie podría ser feliz. Solo contigo puedo ser feliz, tú eres el único que puede hacerme sonreír con ganas, el único capaz de enseñarme lo bello que es vivir, el único que le da sentido a mi vida. – confesó Alice.
-          Sabes que no es cierto. Yo sé que tú me quieres mucho y todo eso, pero reconoce que si algún día yo faltase, lo pasarías mal, cierto, pero lo superarías, serías fuerte y capaz de volver a enamorarte de otra persona tanto como lo estás ahora. – dijo Adam.
Alice se levantó del pecho de Adam, dónde estaba apoyada observando la noche, y se le quedó mirando con una mirada muy triste, de dolor y decepción.
-          ¿Cómo puedes pensar eso? Te piensas que sabes mucho y en realidad no sabes nada. ¿Cómo puedes decir eso de mí? ¿Es que acaso no me conoces? Eres un idiota que no sabe comprender lo mucho que me importas, lo muchísimo que te quiero, que te necesito, lo esencial que eres para mí. Tú, Adam, tú, te has convertido en mi aire. Si tú no estás, yo muero. Y tú eres idiota y no lo captas. – dijo Alice muy afectada.
La chica se levantó del suelo y se dispuso a recoger toda la basura que habían dejado alrededor después de terminar la cena.
-          Alice, perdóname. Lo siento mucho. He menospreciado tus sentimientos hacia mí. Nunca volveré a dudar de lo que sientes por mí, lo prometo. – dijo Adam cogiendo por detrás a Alice y rodeándole con sus brazos su cintura. – Te amo. – dijo el joven besándole el cuello a su amor.
Alice no pudo más que rendirse ante él. Era demasiado grande la tentación de besarle, de abrazarle, de estar junto a él cada minuto de su vida…
-          Oye, he tenido una idea. Sígueme. – dijo Adam cogiéndole de la mano.
Antes de irse terminaron de recoger lo que habían ensuciado y Alice siguió a Adam. Llegaron al acantilado de siempre, y a Alice le encantó que la hubiese llevado allí. Adoraba los chapuzones nocturnos.
-          ¿No te apetece un viaje en el tiempo a través de las dimensiones? – propuso Adam.
-          ¿Cómo? ¿Algo así se puede hacer? – preguntó la chica extrañada.
-          Claro. ¿Nunca lo has intentado? – preguntó el joven haciéndose el sorprendido.
-          La verdad es que no… - confesó Alice.
-          Pues es fantástico. Solo se puede hacer juntado dos poderes como los nuestros. Es viajar a las dimensiones que existieron y desaparecieron o que aún están por existir. Gracias a tu don de la manipulación del tiempo. – improvisó Adam.
-          ¡Pinta divertido! ¿Y porque nunca me lo has propuesto? – dijo Alice muy animada.
-          Pues porque hasta hace nada yo tampoco sabía que se podía hacer algo así – se inventó el chico.
-          Bueno, a que esperamos. Vayamos allá. ¡Qué emoción! A saber a qué lugar extraño iremos a parar… - dijo Alice encantada con la idea.
Los dos jóvenes, cogidos de la mano se aproximaron al borde del acantilado. Antes de saltar, se dieron un dulce beso y se miraron con una sonrisa de oreja a oreja. Cada uno concentró su respectivo poder por tal de usarlo a la vez y saltaron.
Antes de que tocasen el agua, la pareja de enamorados ya había desaparecido de aquel lugar.
…..
Otra vez.
Comentad por favor. Muchas gracias por vuestra atención ^^

lunes, 14 de marzo de 2011

Amor eterno

Capítulo 4: Nuevamente a tu lado.
Alice y Adam hicieron notar su presencia involuntariamente entrando en casa de ella emitiendo una serie de sonoras carcajadas seguidas.
La chica aún permanecía descalza. El sencillo pero hermoso vestido color lavanda se apegaba fuertemente al esbelto cuerpo de Alice, como si de un bebé orangután que se coge a su madre se tratase. Ese apego era causado  por el bikini mojado por el chapuzón de minutos antes. De su pelo, aún se desprendían algunas saladas gotas.
El joven, sin camisa y con algunas gotas provenientes de su cabello recorriendo su admirable pecho, fue deprisa a saludar a la cariñosa madre de su chica con dos besos,  uno en cada mejilla.
-          Vaya, vaya que animados os veo hoy parejita – dijo divertida la madre acabando de poner los vasos en la mesa.
-          Eso siempre mamá – rió Alice haciendo el avión alrededor de Adam.
-          Bueno, id a cambiaros de ropa antes de comer, que vais demasiado mojados – obligó la madre – Adam, si quieres puedes coger ropa de mi marido.
La pareja hizo caso inmediato y los dos subieron a la habitación de la joven a cambiarse. Alice le prestó unos pantalones cortos marrones clarito y unos calzoncillos a Adam. El chico, al secarse con una toalla, pudo aprovechar su camisa verde de antes.
Mientras Alice se cambiaba, Adam se estiró en su cama observando la agradable escena para sus ojos. Cuándo la chica ya se había desprendido de su vestido color lavanda y cuándo se disponía a quitarse el bikini, se detuvo.
-          ¿Hace falta que te quedes mirando tan fijamente? – preguntó Alice fingiendo estar enfadada.
-          Venga ya Alice, no veré nada que no haya visto ya – dijo Adam divertido.
-          Me importa un comino. Esta situación es diferente. Odio que me observen mientras me cambio. Así que si no te importa sal al balcón un rato anda – le obligó la joven echándolo de la cama.
Adam hizo caso de su chica y salió sin rechistar al balcón. Alice echó el pestillo de la puerta que daba al balcón y con la cortina prohibió cualquier miradita. De esa manera la chica pudo cambiarse tranquila y rápidamente, substituyendo el vestido color lavanda por una camisa sin tirantes naranja y unos shorts blancos. Decidió ponerse unas chanclas naranjas que tenía por ahí olvidadas en un rincón de su habitación por tal de no enfadar a su madre.
Cuándo hubo terminado, apartó la blanca cortina de delante de la puerta que daba al balcón, y se quedó delante observando como Adam permanecía fuera, apoyado en la barandilla, observando a lejos, el mar.
Alice tuvo que picar la puerta un par de veces para captar la atención de su chico, el cuál se había quedado ausente. Éste se giró de inmediato cambiando su seria cara por una sonrisa de alegría al poder visualizar de nuevo a un ángel.
El joven se acercó a la puerta, a la espera de que Alice le abriese para entrar. Pero ésta le miró con ojos picarones y una sonrisa un tanto maléfica y juguetona.
-          La contraseña – inquirió la chica.
-          ¿Qué contraseña? Si no sé ninguna… - dijo el chico extrañado.
-          Claro que no, si yo no te la he dicho – dijo Alice con una sonrisa de oreja a oreja.
-          Pues dímela – pidió Adam poniendo cara de santo.
-          Para conseguirla deberás hacer algunas cositas… - dijo Alice malvadamente.
Adam suspiró sonoramente. Ya sabía de qué iba eso. No era la primera vez que Alice le obligaba a jugar a ese tipo de juego. Y siempre era él quien acababa pasándolo peor.
-          Alice… Sé buena y ábreme… - pidió el chico.
-          Haz algo que me sorprenda – pidió Alice.
Adam rió, dio media vuelta, se aproximó a la barandilla y gritó.
-          ¡¡¡¡HE AMADO, AMO Y AMARÉ POR SIEMPRE A ALICE HADDON!!!!
Alice no pudo evitar esbozar una sonrisa y enrojecerse un poco. Cuándo la chica iba a proponerle otra prueba a Adam, éste cayó repentinamente al suelo. Alice, muy asustada, nerviosa, y esclava del pánico, abrió rápidamente pero con un poco de torpeza la puerta que daba al balcón.
-          ¡Adam! ¡Adam! ¡Adam! ¡Amor! ¡Responde! – gritó Alice situando la cabeza de su amor entre sus manos.
Alice se asustó aún más al contemplar el pálido rostro, blanco cómo el marfil, que tenía Adam en aquel momento. La chica empezó a abofetearle insistentemente. Las lágrimas empezaron a caer sin poderlo evitar por las mejillas de la joven.
-          ¡¡Mamá!! ¡¡Mamá!! ¡¡Sube, rápido!! – gritó la joven histéricamente – Adam, cariño, vuelve en ti…
Alice abrazó fuertemente a su chico, mojándole un poco su rostro con sus propias lágrimas de dolor y sufrimiento.
De repente, la madre de la chica entró en el balcón con el delantal de la cocina aún puesto.
-          ¿Qué ha ocurrido cariño? ¡Hay madre! ¡Adam! – gritó la madre al ver al joven – Rápido, llevémosle a tu cama.
Las dos mujeres cogieron el cuerpo de Adam y lo trasladaron cuidadosamente a la cama de la chica. La madre bajó velozmente a la cocina a por algo con azúcar para el chico.
Tan solo salir de la habitación la madre, Adam abrió los ojos lentamente. No tenía consciencia del lugar dónde se encontraba y aún se encontraba un poco atontado.
-          ¡Amor! – gritó Alice alegremente, abrazándolo con fuerza - ¿Qué te ha ocurrido? ¿Te encuentras bien Adam? – preguntó observándole bien.
-          ¿Eh? Em… Sí, estoy bien, tranquila. Tan solo ha sido un repentino desmayo causado por el calor seguramente. Perdóname si te he asustado cariño – dijo Adam dándole un beso en la frente a su chica.
-          ¿Qué te perdone? ¿Pero qué chorradas dices? Yo no te tengo que perdonar nada, ni que fuese intención tuya desmayarte de repente – dijo Alice.
Adam se dispuso a bajar de la cama, pero su chica se lo impidió por miedo a que se volviese a desmayar si se levantaba tan rápidamente. Alice bajó a la cocina en busca de su madre, quién ya estaba a punto de subir con un buen remedio casero para recuperarse de un desmayo.
Mientras, Adam se quedó pensativo. Ya no podía hacer caso omiso a la información del médico. Ya no podía continuar fingiendo que era un chico normal, sano, con toda una larga vida por delante para disfrutar junto a la persona que más quiere en este mundo. Ya no. Porqué la arritmia acabaría con él pronto. Esa era una realidad de la cual no podía escapar. Pero una realidad que no se atrevía a contarle a Alice. Se estaba planteando seriamente hacer aquello que le permitiría estar por siempre junto a su Alice. No le importaban demasiado las consecuencias, y tampoco si era un egoísta.

Muchas gracias por dedicar unos minutos a leer este microrelato =)
Por favor, comentad que os ha parecido. Gracias de nuevo
Un beso enrome queridos lectores ^^

domingo, 13 de marzo de 2011

Amor eterno

¡Hola de nuevo queridos lectores!
Aquí tenéis el final del capítulo 3. Espero que sea de vuestro agrado. Ya sabéis, podéis expresar vuestra opinión en los comentarios.
Y recordad que podéis realizar la encuesta del capitulo 2.
Bueno y ahora me voy a hacer un poquito de genetica con mi gran amigo Mendel jajaja =P
Un beso enorme y gracias!!! ^^

Capítulo 3: Vuelta atrás. (parte II)
-          ¡Oye tú! ¡Cómprale ahora mismo otro helado a Alice! – le inquirió el niño de al lado de la niña.
Adam observó al crío y no pudo hacer otra cosa más que esbozar una leve sonrisa. Era él hace doce años. Con ocho años ya era protector con su querida Alice. Que orgulloso estaba de ello…
-          Sí, tranquilo, ahora mismo le compro otro helado de frambuesa tan rico como el de antes – dijo Adam acariciando la cabeza a su yo de ocho años.
El joven metió la mano en el bolsillo de su pantalón para sacar la cartera e inmediatamente recordó que no la llevaba encima. Se sintió fatal. No podía irse de allí dejando a la pobre cría sin su helado. Así que sin que ellos se diesen cuenta Adam fue a hablar con el empleado de antes.
-          Perdona… Es que le acabo de tirar el helado a esta pobre niña sin querer, y le iba a comprar otro, pero me acabo de dar cuenta de que no llevo la cartera encima… Le propongo un trato. Si le da un helado de frambuesa a esta niña yo me quedo aquí las horas que haga falta vendiendo helados, limpiando, da igual, lo que usted me mande por tal de pagar el helado de la niña – le propuso Adam.
El empleado quedó sorprendido al ver la gran bondad que poseía el chico y no pudo evitar esbozar una gran sonrisa.
-          No se preocupe caballero. Invita la casa – contestó el amable empleado decidido a pagar él mismo ese helado.
De esa manera, la niña pudo disfrutar de un delicioso helado de frambuesa felizmente contenta. Durante la merienda, Adam permaneció al lado de los críos charlando un rato con ellos. Finalmente se despidió al ver que ya llevaba demasiado rato allí.
-          Bueno, yo me tengo que ir ya. Me lo he pasado muy bien con vosotros – dijo Adam sonriendo amablemente.
-          ¿Nos volveremos a ver algún día? – preguntaron los dos niños a la vez casi al unísono.
-           Ya lo creo que sí. A ti, pequeña Alice, segurísimo que te volveré a ver, y muchas veces más. Y en cuanto a ti, pequeño Adam, tengo la sensación de que nos veremos mucho más de lo que tú crees. Se podría decir que pasaremos el resto de la vida juntos, y nos veremos cada vez que nos miremos en un espejo – contestó Adam aguantando la risa.
Los dos críos se miraron mutuamente sin entender ni una palabra de lo que el chico decía, y no sabían que más decir. Adam los observó y estalló a reír.
-          Jajaja. Ya lo entenderéis con el tiempo, pequeños – dijo el joven acariciándoles la cabeza a ambos – Adam, prométeme que cuidaras siempre de Alice – le pidió Adam.
-          ¡Por supuesto! – contestó firmemente el niño.
-          Cuándo seamos mayores nos casaremos – dijo Alice con una voz divertida y dándole un beso en la mejilla al pequeño Adam.
-          ¡Eeehh! Déjame, que asco, me vas a llenar de babas – dijo el niño secándose con la mano la zona dónde Alice le había dado el besito.
Sin que los críos se diesen cuenta, Adam se esfumó de la heladería en un abrir y cerrar de ojos. Ahora que ya había comprendido que había viajado en el tiempo, decidió buscar un lugar desde dónde poder saltar para volver a su tiempo real. Pero antes de ponerse a buscar, se paró a pensar. Adam se percató de que él estaba solo allí en ese tiempo y sin embargo él no tenía en don para poder viajar en el tiempo. Él tenía el don de poder viajar a través de las dimensiones. Era Alice quién tenía el poder para viajar en el tiempo. Entonces, si había llegado allí gracias a Alice, ¿dónde estaba ella? Cuándo por fin pensaba que lo entendía todo, Adam volvía al estado de total confusión.
No lograba entenderlo. Siempre que había viajado en el tiempo o en las dimensiones siempre habían permanecido unidos. No entendía por qué esa vez era diferente. Se negaba a pensar que Alice le había abandonado en aquel tiempo. No era posible, tenía que descartar esa posibilidad sí o sí. Ahora que se paraba a pensar cuidadosamente, en verdad no recordaba cómo había llegado allí. No recordaba desde dónde se habían tirado para viajar hasta allí, ni lo que habían hablado, ni siquiera estaba seguro de que hubiese viajado junto a Alice.
¿Por qué? En todas las veces que había viajado en el tiempo y en las dimensiones jamás había tenido problemas de ese tipo. Jamás había perdido la memoria ni había quedado separado de la persona con la quién había viajado.
Después de mucho meditar, Adam pensó que lo más correcto sería volver a su tiempo y comprobar que Alice estuviese allí. En caso contrario volvería a ese tiempo a buscarla. Tan solo había un problema. Él poseía el don de poder viajar a través de las dimensiones. Y él ya se encontraba en su dimensión, lo único que doce años atrás. Entonces, por mucho que encontrase un lugar desde dónde poder tirarse para viajar, no podría viajar a su tiempo, ya que él no poseía ese poder.
Lo único que podía hacer era vagar en aquel tiempo en busca de una muy posible inexistente Alice o permanecer por siempre en aquel tiempo a la espera de que Alice fuese a buscarle algún día.
Caminando sin rumbo fijo, se hizo negra noche. El chico no sabía dónde pasar la noche. Terminó adentrándose en un oscuro bosque plagado de tranquilidad y armonía. Adam iba en busca de una gran montaña de hojas que pudiesen imitar de alguna manera su cómoda cama.
De repente, en medio de ese momento de paz y tranquilidad, una extraña fuerza de origen desconocido para el chico, lo impulsó velozmente hacia delante sin que pudiese evitarlo. En un abrir y cerrar de ojos Adam se encontraba volando por los aires en contra de su voluntad y sin saber por qué. En cuestión de segundos tenía el vacío en sus pies. La extraña fuerza lo había llevado hasta un precipicio. De la misma manera que empezó, la fuerza dejó de actuar sobre Adam, y éste cayó al vacío, soltando un grito y desapareciendo de aquel lugar sin dejar rastro.

¿Os ha gustado? ¿Os ha decepcionado? Podéis decirmelo en los comentarios. Mañana primera parte del capitulo 4. Muchas gracias por vuestra atención. ¡Otro beso grande grande! ^^

sábado, 12 de marzo de 2011

Amor eterno

¡Hola de nuevo! Espero que el capítulo 2 haya sido de vuestro agrado =)
Como ayer os prometí, aquí tenéis la primera parte del capitulo 3! Deseo que este capitulo os siga gustando y que os anime a continuar leyendo este sencillo microrelato.
Comentad por favor!
Un beso enormeeee ^^

Capítulo 3: Vuelta atrás. (parte I)
-          Eh, chico, ¿te encuentras bien? – dijo una voz masculina desconocida para él.
Adam podía escuchar perfectamente todos los sonidos que le envolvían. A juzgar por el sonido del claxon de un coche, por el molesto rugir de una motocicleta y por el andar ajetreado de diversos zapatos, el chico supuso que se encontraba en mitad de una calle. Sin embargo, no podía abrir los ojos. Cada vez que lo intentaba, una gran luz cegadora producía que el joven cerrase los ojos automáticamente. Era consciente de su alrededor, pero no tenía capacidad para moverse o para hablar.
-          ¿Qué le ocurre? – preguntó una mujer con voz de preocupada.
-          No lo sé exactamente. Me lo he encontrado aquí tirado. Quizás haya sufrido un repentino desmayo – supuso el hombre.
-          Pobrecillo… - dijo la mujer antes de abofetear delicadamente las mejillas de Adam.
Adam quería gritarle a aquella señora que dejara de abofetearle de una vez, que estaba perfectamente consciente. Pero la voz no le salía.
De repente, una voz familiar habló cerca de él.
-          ¿Qué ha ocurrido aquí? Déjenme ver al chico. Soy enfermera, quizás pueda ayudar en algo – dijo una voz femenina.
Adam reconoció de inmediato la voz de su madre. Fue tan grande la alegría que le invadió, que fue capaz de emitir una leve y torpe vocecita.
-          ¿Mamá? – consiguió pronunciar Adam.
Los presentes allí, se quedaron mirando al chico. Tan solo habían escuchado que había dicho algo, pero no habían logrado entender el qué. La enfermera se acercó al chico y con las cálidas yemas de sus dedos pulgares, abrió hacia abajo los ojos del chico para observarlos.
El joven cerró los ojos nuevamente, los apretó, y los pudo abrir por sí solo.  Instantes después, con dificultad y lentitud pudo ponerse en pie con la ayuda de la enfermera. Adam miró emocionado a la enfermera y la abrazó cariñosamente.
-          Mamá, ¡qué suerte que estés aquí! ¡Qué alegría verte! ¿Qué haces aquí? – preguntó Adam seguidamente.
-          ¿Disculpa? Perdone, creo que se confunde de persona. Yo soy Charlotte Huxley, encantada – dijo la mujer dándole la mano. - ¿Se encuentra bien? ¿Qué le ha sucedido? – preguntó.
Adam estaba se había quedado anonadado. Estaba completamente seguro de que aquella mujer era su querida madre. Eso sí, la veía mucho más joven. Bastante más joven. Pero otra cosa era bien cierta: aquella enfermera, al negar ser su madre, lo dijo completamente en serio. ¿Qué estaba ocurriendo entonces? No entendía nada. Estaba convencido de nunca podría confundir a su madre con otra persona. Además, su nombre, su apellido, su profesión. Todo encajaba. Tenía que ser su madre sí o sí.
-          Disculpe. ¿Me ha escuchado? ¿Se siente mareado? – preguntó la mujer.
-          ¿Eh? Ah, no tranquila, estoy bien, no se preocupe. Bueno, tengo que marcharme. Muchas gracias a todos – contestó Adam sin saber que decir.
El chico arrancó a correr antes de alguien pudiese evitarlo. Había dicho que se marchaba, pero en realidad no sabía hacia dónde se dirigía. A medida que avanzaba se percató de aquel lugar le era muy conocido. Estaba  seguro de que había estado allí antes.
Al girar una esquina, se encontró con aquella heladería. La misma dónde había conocido a su querida Alice, hace doce años. Eran unos críos. Críos de ocho años repletos de vida e inocencia. Quién sabe qué hubiera ocurrido si simplemente él no hubiese chocado con ella y no le hubiese tirado su helado de frambuesa al suelo. Quizás nunca hubieran hablado. Quizás nunca se hubieran conocido, ni hecho amigos. Quizás nunca se hubieran enamorado, ni hubieran estado juntos. Quizás nunca hubieran llegado a rozar la felicidad.
Aquella heladería desconcertó al joven. Era imposible que estuviese allí. Ahora estaba seguro de que se encontraba en la ciudad donde se había criado de pequeño, pero sin embargo, recordaba perfectamente que justo un año antes de mudarse a otra ciudad, aquella heladería la trasladaron a otro lugar, y aquel local acabó convertido en una zapatería. Era muy improbable que hubiesen vuelto a poner en aquel mismo local la misma heladería, con el decorado exactamente y los mismos empleados. Todo aquello era realmente extraño.
Adam no lograba recordar cómo había llegado hasta su ciudad natal. Tan solo deseaba volver a casa. Pero no tenía ni dinero ni móvil para pedir ayuda. Finalmente pidió permiso en la heladería para que le dejasen realizar una llamada. El chico marcó rápidamente el número de móvil de su novia.
-          Lo sentimos, el número que ha marcado no existe. Compruebe que…
Adam muy sorprendido colgó y probó a llamar a casa de Alice y después a la suya. Pero de nada sirvió. Después de dar las gracias al empleado que le dejó realizar las llamadas, el chico se dispuso a salir de la heladería. Al abrir la puerta dos críos entraron correteando y riendo dentro de la heladería. Adam se limitó a esquivarlos y a salir de allí con cara pensativa. Cuándo no había avanzado más de cuatro pasos, el joven volvió a entrar en la heladería para preguntar sobre la parada de autobús más cercana.
Tan solo entrar y dirigirse al empleado que poco antes le había ayudado, chocó accidentalmente con la niña que habría entrado alocadamente en la heladería cuándo él salía. Sin quererlo, Adam le había tirado el helado a la pobre cría, la cual puso una cara entre triste y rabiosa. El chico muy apurado se agachó para recoger el helado de la niña y disculparse.
-          Perdóname, perdóname, perdóname… Lo siento, si es que soy un gran patoso… No te vi, perdona… - se disculpó rápidamente recogiendo el helado del suelo.
-          Mi helado de frambuesa… Lo acababa de comprar… - dijo la niña con voz triste.
-          Ahora mismo te compro otro, tranquila – dijo Adam dulcemente observando la bonita niña.
El chico, al observar pausadamente a la niña, se quedó totalmente petrificado. Era Alice. Su Alice. Doce años más joven. Era la Alice de ocho años. Ahora lo relacionó todo. La enfermera de antes, realmente era su madre, tan solo que doce años atrás. Por ese motivo no había reconocido a su hijo tan crecido y cambiado.
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